Segunda parte: La historia de René

Esas palabras, las mismas que acabas de pronunciar, ya las había oído antes: No sabes amar y la verdad es que no, no sabía.

No, yo no sabía amar, pensé que sabía, pensaba que lo sabía todo, a los 18 años, con más de 5 países recorridos en bus con nada más que una mochila, un bagaje de experiencias fuertes, lo justo para no morir de inanición en el bolsillo y una guitarra vieja al hombro, pensaba que había vivido lo suficiente y que la vida, de penurias, ya me había dado lo suficiente y que podía enfrentar al mismo Zeus si se hubiese interpuesto en mi camino.

No, no sabía amar, hasta que descubrí sus ojos, digo descubrí porque ya los había visto antes. Si soy sincero ya no recuerdo su rostro ni su nombre, recuerdo sí, que tenía el pelo negro, muy negro, la tez bronceada y unos ojos que sabían encontrar mi alma.

La veía todos los días pero no me agradaba, siempre muy bien presentada, siempre altiva, su ropa era nueva nueva, sus zapatos a la moda y llevaba un gesto altivo que atraía todas las miradas de la facultad.

Yo usaba jeans rotos, zapatos en los que había dibujado símbolos de varias bandas de rock, tenía el cabello largo, usaba un arete y mi atuendo se completaba con una mochila por las mañanas y mi inseparable guitarra por las noches.

Ella llegaba en su auto, no tan nuevo pero todo un lujo para ir a la universidad en esa época y yo pedía aventón, tomaba bus o pedía prestada una vieja motocicleta chopper para llegar.

Ella tenía muchos amigos, yo tenía muchos libros. Ella regresaba todos los fines de semana a su casa, yo trabajaba en bares para redondear el efectivo.

Ella no me soportaba, y yo tampoco a ella, pero lo más importante, aunque aún no me había dado cuenta: ella era libre y yo también.

Coincidimos una noche en una fiesta, ella con su belleza y dejando a su paso el olor al último perfume de moda y yo con olor a escape de moto.

No sé cómo estuvimos en un momento frente a frente y alrededor nuestro el grupo de amigos comunes de la facultad. Sin querer discutimos sobre algún tema que debió haber sido muy importante porque ya no lo recuerdo, ella me lanzaba furibundos ataques que yo esquivaba hábilmente y al lanzarme a fondo, con un argumento duro y punzante, para alcanzar su frente como en “Enrique de Legardére”, ya seguro de mi victoria, veía como me desarmaba una frase llena de ingenio.

Tampoco sé cómo acabamos hablando solo los 2 y, menos aún, sé cómo llegamos a hablar del amor.

- Qué puedes saber tú del amor - le dije con sorna - solo te importa lo material, lo superficial, el auto de papá y el dinero de la semana. Qué vas a saber tú del amor.

- ¿Y tú? Me contestó ella, solo te importa tu guitarra, tu supuesta libertad y tu ciencia.

Y continuó: si tu fueras una persona que vale, yo hasta podría amar a alguien tan vanidoso como tú, pero eso no sucedería nunca.

Lo demás no lo recuerdo bien, palabras y frases iban y venían. Al final sin saber ni ella ni yo cómo, nos habíamos amarrado – ennoviado como dicen ahora. Recuerdo, eso sí, que esa noche descubrí sus ojos.

El comienzo no fue fácil, mi vida tampoco lo era, pero a cada tropiezo, no importaba para donde mirara, encontraba sus ojos. Era divertida, cariñosa y muy inteligente.

Pasábamos las noches riéndonos uno del otro, escuchando música de todas partes del mundo o mirando las estrellas, no había día que no hiciéramos el amor y sin embargo eran pocas las veces que nos quitábamos la ropa.

Nos turnábamos siempre para los gastos, en ocasiones, cuando ibamos a su ciudad, ella alquilaba un fraq, me desenredaba el cabello y con toda la paciencia del mundo me peinaba para ir a la ópera y yo, yo me gastaba con todo el gusto las últimas monedas en helados y me entusiasmaba hablando de super novas y agujeros negros mientras ella se delitaba con el suyo como si hubiese sido caviar y a mí se me derretía el helado en la mano.

No podíamos ser más diferentes pero en el fondo compartíamos un espíritu que aún hoy no puedo explicar.

Hasta que llegó el día en que no fue más. Los detalles, el qué pasó o por qué no vienen al caso, un día me llamó y me dijo: ven, y yo comprendí y fui… pedí prestada la vieja Chopper y sin mucha conciencia llegué a su departamento.

Ella habló primero y mientras me hundía en la realidad me contaba lo que estaba pasando, luego me dejó hablar todo lo que quise, cuando terminé me dejó llorar y me pidió que diga todo lo que necesitara decir, solo me pidió que, una vez que terminase le dejara hablar sin interrumpir y luego no dijera nada más.

Hablé, lloré, volví a hablar y volví a llorar, cuando se acabaron las palabras y las lágrimas puso sus manos en mi cara y me dijo:

- Bonito (lo juro lo recuerdo como si fuese ayer), - te amo y siempre te amaré, ya no tu cara ni tu cuerpo sino tu alma, esa que me entregaste hace tiempo.

- Teníamos que encontrarnos no para hacer el amor sino para construirlo, hay almas que están destinadas a cruzarse, no necesariamente para siempre, pero son tan fuertes, tan iguales y tan diferentes que necesariamente se encontrarán, así que, atento en la próxima esquina o en el pueblo siguiente, podrían estar escabulléndose unos ojos ante los cuales estarías desnudo y sin protección, ante ellos, toda tu ciencia y tu poesía no servirán de nada.

- Yo te amo pero no fue fácil hacerlo, es decir, sabía que estabas ahí pero tocar lo verdadero, quitar cada una de las capas y armaduras que te fabricaste y llegar al fondo, donde está ese niño lindo y tierno no fue fácil, así que ahora, en nombre de ese amor prométeme algo y una vez que lo hagas, te subirás a esa fea moto que siempre odié y te irás sin mirar atrás.

- Algún día, prosiguió, - justo cuando menos preparado estés, encontrarás una persona tan diferente a ti, pero con un espíritu tan parecido al tuyo que no podrás dejar de notarlo

- Sin saber cómo, así como nos pasó a nosotros, estarán en sus corazones.

- Prométeme que ese día te rendirás, prométeme que volverás a escribir si hubieras dejado de hacerlo, prométeme que le enviarás todos los días una sonrisa o un beso, prométeme que recuperarás lo tierno y lo dulce que hubieras perdido, prométemelo.

- Prométeme que tendrás nuevamente el valor de enfrentarte a todo

- Tal vez tome mucho tiempo y muchas decisiones, pero la encontrarás, sin embargo no debes intentar retenerla, los espíritus como los nuestros no saben lo que saben. Solo se dan cuenta al final.

- Ahora prométeme todo y súbete a tu moto, aprovecha que atardece y es el mejor momento para no mirar atrás

Solo recuerdo el viento en mi cara y mis últimas palabras: lo prometo, lo prometo..., recuerdo no haber mirado atrás, recuerdo mi rostro bañado en lágrimas, el cielo que se ennegrecía adelante y una dulzura infinita en mi corazón.

(continúa en la siguiente página)

Add comment


Security code
Refresh